Estamos viviendo momentos de cambio, situaciones culturales y políticas que han desembocado en movimientos sociales con enfrentamiento y respuestas violentas después de años de concesiones.
Siempre sucede igual, y nunca es lo mismo ni es comparable, pero el patrón es el mismo.
La vida está regida por la contumacia de la verdad, que insiste en aparece incluso a pesar de todos los artificios.
Los seres humanos tenemos una naturaleza espiritual y tenemos otra naturaleza egoica, esta última es la que genera la polaridad y la disensión, la primera es la que nos lleva a la empatía y a la comprensión.
No se trata de elegir, no podemos vivir como humanos sólo desde el espíritu, pues tenemos que manifestarnos en un mundo rudo y rugoso y el ego nos da la herramienta para la proyección necesaria en el mundo.
No se trata tampoco de olvidar nuestra causa original y volcarnos sólo en el ego, pues el egoísmo nos lleva a confundir deseo con realidad y anhelo con derecho.
Tenemos que hacer un difícil encaje en el que podamos utilizar nuestro ego para manifestar nuestro espíritu.
Una de las pruebas de este cambio energético, es esa, la necesaria separación y toma de conciencia para no involucrarnos en la polaridad.
¿Y cuando los conflictos y la violencia llegan a nuestros hermanos? Ese es el lugar en el que es más dificil separar y entrever la verdad en la realidad.
Todo conflicto, implica que hay una dualidad, y esa polaridad manifestada en conflicto, sólo puede traer drama y confusión. El conflicto es creer lo que nos cuentan como la verdad. Todas las verdades aparentes responden a perspectivas, puntos de vista e impulsos que emanan del ego. Pero la solución no es alinearse con ellas, si no desalinearse de la dualidad en uno mismo.
Cuando dos niños pequeños pelean porque el padre o el abuelo es su padre o su abuelo, están utilizando una verdad, a través de sus percepciones, para verla como dos posiciones irreconciliables en una dualidad. Ambos tienen razón, pero no se dan cuenta de que están utilizando el mismo argumento contra el otro, mutuamente.
La solución no pasa por darles la razón a unos o a otros, pasa por saber ver que es la misma realidad.
Es la dualidad en nosotros, con la que nos hemos criado desde que nuestro ego nació, con la que tenemos que lidiar.
El infinito no está en conflicto, y sin embargo , las galaxias siguen moviendose, y alguna de ellas, colisionando brutalmente, destruyendo mundos enteros.
Y nosotros empequeñecemos nuestra parte infinita, al tomar sólo la parte finita, darle el foco, y generar la dualidad. Y cuando ya vivimos en la dualidad, no podemos escapar del conflicto, generamos acciones incompletas (karmas) y eso aumenta nuestra separación con la parte infinita.
Lo fácil es verlo en otros, lo difícil es conseguir ese equilibrio en nosotros mismos…
La meditación se torna en imprescindible para poder seguir utilizando nuestra mente, a salvo (en la medida que se pueda) de ruidos, prejuicios y tendiciosidad.
Eso no significa que no se pueda luchar por una causa justa, pero a la luz del amor infinito, no hay causa más justa que la lucha de ser libre en uno mismo. El resto es política, y como decía Tsun-Zu, la política es hacer la guerra sin efusión de sangre, y la guerra es la política con efusión de sangre.
Mientras haya ego, habrá dualidad, habrá politica, habrá enfrentamiento.
Sólo encontrando acuerdo podemos eludir el conflicto, a veces cedemos otras ceden otros, pero llegar a buscar un acuerdo con la idea de que el otro debe ceder, no es un gran inicio.
Lejos está el tiempo en el que se decía: que Dios les dé la razón… Y normalmente era el vencedor el que decretaba eso.
¿Acaso no vemos que hay más problemas, y mucho más graves y acuaciantes que el despellejarnos mutuamente por trifulcas tribales?
Cuando la destrucción del medio se haya consumado, ninguna tribu podrá habitarla, ni si quiera la victoriosa.
A meditar, a compartir, a conocerse, a respetarse, a amarse y a no tener miedo. Dejemos que los bárbaros lo sean, pero no lo seamos nosotros.
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